Crónica de un despertar


Publicado en la revista ACEF
Publicado en la revista PADRES y COLEGIOS



Viernes por la tarde, caras sonrientes, se respira alegría en el ambiente, ¡buen fin de semana! Se desean unos a otros.

“Que descanses” me han dicho ya hoy en tres ocasiones, tres veces en las que he respondido con una cumplida sonrisa, es la única respuesta que se puede dar a personas que no viven tus circunstancias, a quienes te mirarían como a un bicho raro si les contaras que los fines de semana son más agotadores aún que trabajar. 

Domingo, 7:02 h. Oigo unos pasitos cruzar el recibidor, se adentran en mi habitación y los siento cada vez más cerca. Una manita golpea mi frente, abro los ojos y la encuentro de pie, justo a mi lado, su cara a la altura de mi cara, me mira fijamente con los ojos bien abiertos, no se mueve, ni siquiera pestañea, tan sólo cobra vida el movimiento del chupete al succionarlo.

Nuria, dos años y medio, la subo a la cama, la acuesto a mi lado y dándole un beso le susurro al oído, “estamos dormiditos”, vuelvo a cerrar los ojos y confío en se duerma.

7:08 h. Casi me había vuelto a dormir cuando noto un golpe seco en los riñones, supongo que habrá sido con la rodilla al moverse. Me encuentro muy cansada, me duele la espalda.

7:10 h Noto como mi marido se desplaza hacia el lado opuesto de la cama, normalmente ocupa el centro y ahora debe de estar en el mismísimo borde.

7:15 H. Todo estaba en absoluto silencio, ahora un ruidito suave pero repetitivo me vuelve a desvelar, el ruidito no cesa, es Nuria succionando su chupete. Sin abrir los ojos la acaricio tratando de calmarla con la esperanza de que se duerma.

Mientras la acaricio pienso en la noche, una de tantas, sobre las cuatro de la madrugada el llanto de un niño me hizo levantarme, “mamá, tengo miedo”, estuve con él más de media hora hasta que se tranquilizó y volvió a dormirse. Regresé a mi cama pero me había desvelado y hasta cerca de las seis no pude conciliar el sueño.

7:25 h. Sigo acariciando a Nuria, tengo el brazo dolorido, el ruidito del chupete ha cesado, creo que se ha dormido, retiro mi mano e intento dormirme.

7:30 h. Lamentablemente, me había equivocado, Nuria no está dormida, se vuelve hacia mí y ahora el ruidito del chupete lo oigo a escasos centímetros de mi nariz.

7: 34 h. Una manita me acaricia la cara, sus deditos recorren cada rincón de mi rostro, incluidas las fosas nasales. No abro los ojos, no me muevo confiando en que desista, se aburra y se duerma o, al menos, se relaje y me deje dormir.

7:37 h. Mis plegarias han dado su fruto, Nuria me deja en paz, se ha vuelto y ha cesado el ruidito aunque cada dos por tres se mueve.

7:40 h. Noto que Nuria mueve las manos pero a mi no me toca, me da la espalda y no puede verme, aprovecho entonces para abrir los ojos. Lo está intentando con su padre quien no se inmuta y no es porque esté dormido, se hace el dormido, él también confía en que así le dejará en paz, ¡ya nos conocemos todos!.

7:46 h. Ahora es un chupete húmedo lo que recorre mi cara, la recorre despacio, de un lado a otro mediante trazos aleatorios. Los trazos rectos poco a poco se tornan en circulares y van aumentando su velocidad. Me doy la vuelta, por lo menos si me lo hace en la espalda, no me molestará.

7:53 h. Nuria se sale de la cama, gatea hacia los pies de la misma y se baja, oigo sus pasitos que se alejan, confío en que vaya a su habitación y se ponga a jugar sin hacer ruido y sin despertar a su hermano.

7:58 h. Oigo como se abre el cajón del baño, se revuelven algunas cosas y se cierra de nuevo.

7:59 h Los pasitos se dirigen a mi habitación, ¡No, por favor!, pienso. Estoy pegada a la cama y necesito dormir aunque sea un poco más.

8:01 h. Nuria consigue volver a subirse a la cama por donde se había bajado, gatea hasta el cabecero y vuelve a situarse entre papá y mamá. Sé que ha traído algo en sus manos aunque prefiero no saber qué es. Se queda callada.

8:04 h. Noto algo duro sobre el pelo, me sobresalto y abro los ojos, Nuria tiene un peine en cada mano y, en tono bajito, me dice: “mamá, hay que peinar”. Vuelvo a cerrar los ojos mientras Nuria me cepilla el pelo.

8:09 h. Me duele el cuero cabelludo, ¿por qué no le toca ahora a papá? Me pregunto. La respuesta es sencilla, mamá tiene el pelo largo y papá corto. Él sigue haciéndose el dormido, sin inmutarse.

8:13 h. No aguanto más los tirones de pelo en este lado de la cabeza, decido volverme, ahora mi cara está frente a Nuria, ella continúa peinándome con esmero. Decido cubrirme los ojos con la mano, no me fío de ella.

8:14 h. Efectivamente, el pico del peine se ha precipitado contra mi ojo derecho, un golpe certero sin duda. Menos mal que la experiencia me hizo cubrirme, mi mano ha recibido el golpe en lugar de mi ojo. No obstante, por precaución me giro de nuevo a sabiendas de que me va a machacar el lado de la cabeza ya dolorido.

Pero al volverme advierto la presencia de Joaquín, cuatro años, no le había oído entrar, él es más sigiloso.

Sigiloso, pero contundente, él no da opción a un respiro, directamente enciende la lámpara de la mesilla, la luz me ciega los ojos, me los cubro con la mano, entreabro los párpados y veo recortada su silueta muy cerca de mi. “Mamá es domingo, toca desayuno especial”.

En ese momento soy consciente de que es inútil resistirse: Miro a mi marido, está vuelto hacia el lado opuesto de la cama, como desentendiéndose, le golpeo con el pie y resopla resignado.

Joaquín rodea la cama, se dirige hacia su padre, sin ningún tipo de cuidado agarra las gafas que están sobre la mesilla y se las intenta poner acompañándolo de un brusco, “¡papi, hay que levantar!, tenemos que pegar los cromos en el álbum, jugar al baloncesto, al fútbol y montar en bici”.

Consigo incorporarme en la cama, Nuria me mira fijamente, tiene el rostro ocultado por el cabello, el chupete en la boca y esgrime un peine en cada mano.

Me levanto y me dirijo al baño, abro el grifo y contemplo mi terrible estampa en el espejo. Mientras escucho correr el agua pienso, ¿dónde estarán los domingos en los que me levantaba a las diez?, ¿volverán algún día?.

Me lavo la cara y consigo despejarme un poco, lo suficiente como para encontrar respuestas a mis preguntas y saber que pese al mal rato recién pasado espero que esos domingos tarden en volver, porque será señal de que mis hijos habrán crecido demasiado.



A Maite, tu voluntad y entrega me sirven de guía
Por Joaquín Puerta
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