Como ver
el cañón y quedar paralizado esperando el disparo sabiendo que se acerca el fin
y permanecer quieto, inmóvil, sin hacer nada para evitarlo. El
proceso siempre es el mismo, un deterioro paulatino del balance y
finalmente la chispa, un hecho desencadenante que dicta el comienzo del fin.
Un impago
inesperado, esa mala campaña de rebajas, la no renovación de una póliza de
crédito o cualquier otro imprevisto que trastoque la liquidez del negocio y los
síntomas se empiezan a hacer visibles. Este trimestre aplazamos el IVA, pedimos
un préstamo para pagar otro, retrasamos el pago de las extras. El veneno se ha
extendido.
Las empresas no
cierran porque tengan pérdidas, las empresas cierran porque no pueden pagar.
Intereses de demora, restricciones en los servicios, proveedores descontentos,
trabajadores inseguros y, finamente, los temidos embargos que terminan de
paralizar la actividad.
Sólo decisiones
quirúrgicas y valientes podrían haber salvado la situación, decisiones que
probablemente yo tampoco me atrevería a tomar si estuviera en el pellejo de
quien ha de tomarlas. Pero no hacerlo es dejarse caer al precipicio de la lenta
agonía, mucho más dolorosa y sin vuelta atrás.
Como en la novela
de García Márquez "El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se
levantó a las 5,30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo".
Todos sabían que iba a morir, todos, menos Santiago. A veces es imprevisto e
inevitable, pero otras se veía venir, sólo había que haber leído a tiempo los
balances, lo venían diciendo a gritos.
Cuando veas este
síntoma,
o este,
o los bancos mes a
mes ganen con tu empresa más que tus socios, piensa que algo malo pudiera estar
pasando. Es el momento de actuar, siempre antes de que llegue el hecho
desencadenante, si no, puede ser demasiado tarde.
Joaquín Puerta

Foto: Rubén Díaz