Le pidió a Dios un hijo, pero el Señor había preferido concederle un don. Ni Lola, ni Lolita, ella siempre ha querido que le llamen Dolores. Ya desde bien chica sus tías le decían que tenía algo de bruja, que podía sentir cosas que el común de los mortales nunca seríamos capaces de apreciar.
Una vez me confesó que en ocasiones veía el
aura de las personas y en la mirada de la gente descubría sus más profundos
deseos. No sé si habrá algo de sobrenatural en todo esto, lo cierto es que su
capacidad de observación siempre ha ido más allá de los detalles.
Con un carácter abierto, la generosidad
sincera y su don, Dolores tiene unas dotes comerciales que hacen crecer como la
espuma cualquier negocio que decida emprender. Es capaz de hablar por dos
teléfonos a vez, de retener en su memoria la biografía de todo el que pasa por
su vida, y sobre todo, domina la virtud de dar a cada uno lo que desea. Sin
embargo, en lo que a administración se refiere, mi querida amiga es un
auténtico desastre, incapaz de hacer y seguir cualquier planificación, de
mantener una disciplina en gastos e inversiones. La gestión de su negocio es un
auténtico caos y todo esto se refleja en sus cuentas.
La cifra de negocio continúa creciendo pese
a la caída de ventas generalizada del mercado. El resultado es irregular, fruto
de un descontrol en los gastos, las inversiones no responden a un plan
sistemático y si nos fijamos en la deuda, veremos que está totalmente descontrolada.
Mientras las ventas continúen al alza y se pueda defender el margen, el
castillo de naipes se podrá mantener en pie, pero si el negocio desciende o hay
problemas con los cobros, todo se vendrá abajo.
Pero esto a Dolores no le interesa saberlo,
cada vez que se lo digo me promete que se ha propuesto cambiar, planificar y
organizar la administración de su negocio en base a una disciplina. Sin
embargo, sé que cuando desaparezco de su vista, la promesa, simplemente, se le
olvida, su estilo de gestión es intuitivo y caótico.
Al fin y al cabo, siempre le ha ido bien
así, ella confía en su suerte, pero nosotros sabemos que eso no es suficiente,
que las tormentas llegan y hay que prepararse para ellas, que tenemos que
conocer el comportamiento del barco en los distintos mares y eso sólo lo
conseguiremos aprendiendo a mirar el cielo y las olas con ojos de lobo de marpara saber enderezar el rumbo de la nave manteniendo con firmeza el timón. Lo
contrario, es navegar a la deriva.
Foto:
hurleygurley
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