Hace ya mucho
tiempo se puso de moda aquella frase de “¿cómo lo quiere señora, con IVA o sin
IVA?” haciendo alusión a todos aquellos profesionales y oficios que buceaban en
la economía sumergida como su medio natural de operaciones.
¡Cómo han cambiado las cosas!, después de años y
años para lograr sacar del agua a la mayor parte de todos aquellos buceadores,
resulta que ahora se les
empuja a que vuelvan a sumergirse en las profundidades.
En ella salta a la vista el margen, aparentemente al negocio le cuesta más los materiales y las subcontrataciones que lo que factura al cliente. Es decir, están trabajando por debajo de coste ya que, lo que se ha vendido sin IVA no se ha contabilizado, convirtiéndose en un dinero del color de las noches sin luna, que ha de ser guardado debajo del colchón.
Las dos subidas de
IVA consecutivas que hemos sufrido en los últimos tiempos, unidas a una crisis
que, lejos de remitir, se agudiza día a día, han llevado a la gente a
cuestionar a conciencia cada euro que sale de su bolsillo y claro, cuando el
coste de un bien es elevado y a este hay que añadirle el IVA, el consumidor se
resiste como gato panza arriba a pagarlo.
Contra las todopoderosas
grandes compañías nada se puede hacer, pero la pequeña empresa y autónomos
sufren la tiranía de quienes pueden percibir en ellos ciertos resquicios de
debilidad y entonces surge aquello de “A mí, no me cobres el IVA”, poniéndoles,
día sí, día también, entre la espada y la pared.
Hay que ser, no sé
si muy valiente o un suicida, para no sucumbir ante la presión del cliente
cuando dice abiertamente que si se le cobra el IVA, se va al establecimiento de
la calle de abajo donde se lo hacen “libre de impuestos”. O, peor aún cuando
realizado un trabajo personalizado por encargo en el que la empresa ya ha
incurrido en los costes, el cliente se niega abiertamente a pagar el IVA bajo
amenaza de rechazar el producto.
Pero, los que
aceptan las reglas que impone el cliente, en muchas ocasiones no son
conscientes del problema que se les genera, para comenzar, se van a encontrar
con una cuenta de pérdidas y ganancias similar a esta.
En ella salta a la vista el margen, aparentemente al negocio le cuesta más los materiales y las subcontrataciones que lo que factura al cliente. Es decir, están trabajando por debajo de coste ya que, lo que se ha vendido sin IVA no se ha contabilizado, convirtiéndose en un dinero del color de las noches sin luna, que ha de ser guardado debajo del colchón.
Al fraude fiscal al
que se ven abocadas estas empresas, hay que sumarle además un problema
importante de financiación, debido a que con estas cuentas, las puertas de las
entidades bancarias se cierran, resultando prácticamente imposible hacer crecer
el negocio, condenándolo a sobrevivir día a día en el trapicheo de la economía
sumergida.
Ahora ponte en el
otro lado, si tienes que hacer una reparación de fontanería en tu casa, unos
muebles a medida o algo similar y el presupuesto fuera de 10.000 euros,
¿estarías dispuesto a pagar 2.100 euros más para ser un buen ciudadano?, ¡OJO!,
son 2.100 euros.